Un relato corto del gran periodista y escritor Manuel Chaves Nogales sobre el nacimiento de un bebé dentro de una familia acomodada.
Contaba Chaves Nogales, con mucho sentido del humor, de la expectación que, como era común en estas familias, despertaba en todos los integrantes, incluidos parientes cercanos. Hasta ahí todo normal, lo que pasa es que ese infante nacía con una conciencia prematura y era capaz, no solo de captar los afectos, sino también de leer las intenciones.
De esta manera, oía a su madre expresar que su destino, cuando ya fuese hombre, sería el de entrar en la administración del estado con un alto puesto. El padre, sin embargo, quería que siguiera el oficio que él desempeñaba. El tío, que estaba allí también, aseguraba que sería un gran hombre de negocios, como él. Por otro lado, las hermanas se acercaban a la cuna con todas las zalamerías que eran capaces de desplegar y ya podía prever el inocente bebé toda la manipulación a la que le someterían en la vida familiar.
Tan impresionado quedó del despliegue de expectativas y deseos de los familiares hacia su todavía insignificante persona, que nuestro bebé murió propiciándose un atracón de leche materna, para volver otra vez al limbo de donde pensaba nunca debería haber salido.
El budismo suele poner mucho énfasis en los condicionamientos que nos esperan al nacer: condicionamientos sociales, biológicos y ambientales. Lo cierto es que si, de primeras, como le ocurría al protagonista del relato, fuésemos capaz de tener conciencia de ellos, nos daríamos media vuelta inmediatamente de poder hacerlo. Pero, también, el budismo señala que es inútil huir de ellos, que no hay limbo donde volver si no nos gusta la vida que tenemos o que nos espera. Paradójicamente, esos mismos condicionamientos que nos causan tristeza y dolor, son la tierra que nos permite ir más allá de ellos.

